Pero Jacobo VI no tiene especial interés en saber la verdad, por su parte no quiere más que una cosa: apartar de sí la sospecha de que no ha defendido con suficiente énfasis la vida de su madre. Naturalmente, no puede decir enseguida que sí y amén, sino que, como Isabel, tiene que mantener la apariencia de sorpresa e indignación. Así que adopta un ademán grandioso; declara solemnemente que semejante acción no puede quedar impune.