Nos fuimos acostumbrando el uno al otro; sé que él se daba cuenta de que yo no le brindaba el trato de amor físico que le daban los demás integrantes de la familia. A cambio, me ocupaba con verdadero cariño de cuestiones básicas de su supervivencia como la comida, la limpieza, los chiches o estar atenta a las vacunas. Me gustaba mirarlo, detenerme en la forma de sus músculos, en el color de su pelaje. Me cautivaba la plasticidad de sus movimientos pero, así y todo, mi acercamiento era cuidadoso, desconfiado.