Relato soñado

Estás segura?—le preguntó él.

—Tan segura que sospecho que la realidad de una noche, incluso la de toda una vida humana, no significa también su verdad más profunda.

Qué vamos a hacer, Albertine?

Ella sonrió y, tras una breve vacilación, repuso:

—Dar gracias al Destino, creo, por haber salido tan bien librados de todas esas aventuras... de las reales y de las soñadas.

Te lo contaré todo.

Ella levantó primero la mano, como con suave rechazo; él se la cogió, la retuvo entre las suyas y miró a Albertine de forma interrogante y, al mismo tiempo, con súplica, ella asintió y él comenzó su relato

Con todo, la forma de dárselo a entender, su ocurrencia de poner aquella máscara oscura a su lado sobre la almohada para representar el rostro de su marido, que se le había vuelto enigmático, aquel modo burlesco y casi travieso que parecía expresar a un tiempo una suave advertencia y su buena disposición para perdonar, dijo a Fridolin la firme esperanza de que ella, recordando sin duda su propio sueño... se sentía inclinada, hubiera ocurrido lo que hubiera ocurrido, a no tomárselo demasiado en serio.

Algunos cuerpos estaban desnudos, sobre otros habían extendido lienzos

De las doce o catorce mesas para cadáveres sólo algunas estaban ocupadas. Algunos cuerpos estaban desnudos, sobre otros habían

Autopsia judicial», atravesó la mente de Fridolin. Eso

Él tenía la culpa de su muerte (sólo él), si es que era ella. Sí, era ella

Fridolin se sintió enseguida lleno de presentimientos.

Desde hacía años, no tenía verdadera confianza más que en su mujer, y difícilmente podía pedirle consejo en aquel caso, ni en aquél ni en ningún otro. Porque, se viera como se viera, ella, la noche pasada, lo había hecho crucificar.