Agosto es una casa, una defensa contra el frío del exterior, pero también un límite. Esta voz se escribe como un diario —por momentos doméstico, por momentos poético— que va creciendo hasta construir una identidad fragmentaria y dislocada; una historia personal fundada en un abandono y que no puede contarse más allá del último día de agosto. La primera novela de Lourdes Rodríguez Becerra está llena de fantasmas, de monstruos que solo las brujas pueden ahuyentar.