Mi cuerpo dolía por verla a ella. Si mis piernas hubieran tenido la fuerza, habría corrido, pero mi ritmo era apenas una caminata rápida. Subí por la calle hasta el umbral coronado por la estrella (…) Abrí la cortina. Allí estaba. Cada fibra de mi piel volvió a su lugar. Se volteó. Sus ojos negros se encontraron con los míos, primero con sorpresa, luego relajados. El mismo gesto hicieron sus orejas altas y peludas, oscuras como su larga melena.
—Volví, Serina —musité.
Paskae ama a la Ciudadela y está feliz de volver después del arduo combate. La Ciudadela está llena de magia, nadie pasa hambre, no hay violencia, y las Matriarcas se aseguran que no le falte nada a nadie. Lo más importante: en la Ciudadela no hay hombres, con sus mentes perversas y extrañas. Paskae sueña con aportar a su tierra convirténdose en instructora de magia, pero cuando al fin vuelve de la guerra, las Matriarcas le piden algo que no está dispuesta a hacer: que quede embarazada para darle una nueva ciudadana a su pueblo. Junto con su querida, Serina, Paskae tendrá que afrontar el requisito de las Matriarcas sin dejar su sueño de enseñar magia, cueste lo que cueste.