Nadie, ni siquiera una mujer que ejerce de maga y es capaz de leer el porvenir en los poros de la lengua, puede descifrar cuál es la inevitable tragedia que anuncia Kira, una perra famélica que todas las noches aúlla sobre un montón de arena.
El amor está al alcance de la mano hasta que un día nos quedamos solos, masticando el salobre y agotado rayo que el sol desprende antes de hundirse en el horizonte. Entonces sabemos que somos humanos y que nadie cambiará el transcurso del mundo.