La segunda influencia es el omnipresente deseo humano de que los demás tengan y conserven una buena opinión de nosotros. Si varias personas parecen creer algo, hay razones para no discrepar de ellas, al menos en público. El deseo de mantener la buena opinión de los demás engendra conformidad y sofoca la discrepancia, sobre todo —pero no únicamente— en grupos conectados por lazos de afecto y lealtad, lo cual puede por ende impedir el aprendizaje, consolidar las falsedades, aumentar el dogmatismo y dañar el desempeño del grupo