Un recuerdo puede diluirse con el tiempo y dejar solo la sensación, la idea, el concepto. Un recuerdo puede borrarse a punta de calmantes, ansiolíticos, antidepresivos, somníferos, terapias, exceso de trabajo, mucha vida social y ocupaciones, pero hay cosas que se anclan a la memoria y que permanecen ahí, esperando que uno tenga el valor suficiente para bucear en ellas.
Un viejo recorte de diario muestra a un grupo de estudiantes que acaban de tomar el liceo. Se los ve alegres e ilusionados sobre el techo del edificio, no pueden ni vislumbrar lo que les espera. Entre ellos están Juan y Greta. Es invierno de 1985 en Santiago de Chile.
Pasaron veinte años desde ese día, y nunca más volvieron a verse. Harto de las cuentas por pagar, de un trabajo rutinario y mal remunerado, de una pareja que no lo comprende, Juan abandona su auto en plena avenida, renuncia a todo y se recluye en la casa de su infancia, la única que habitó desde que nació, y se dedica a recordar su adolescencia. Por su parte, Greta recorre enajenada los locales de la Avenida 10 de Julio buscando las piezas necesarias para reconstruir un furgón imposible: el mismo que hace un tiempo sufrió un terrible accidente en el que murieron varios niños que iban a la escuela, entre ellos su pequeña hija.
Juan y Greta volverán a estar en contacto, porque la historia se repite, a veces para reclamar memoria y justicia; otras veces, para brindar segundas oportunidades, como una suerte de repuesto que intenta reemplazar a la pieza original.
Nona Fernández Silanes indaga en los rincones más oscuros de la memoria y construye una novela tan perturbadora como necesaria.