uando nos acercamos a una obra de arte, no sólo somos testigos de los resultados del juego intencional de otra persona en su espacio ficticio, tenemos la libertad de jugar también nosotros, de reflexionar, soñar, cuestionar y teorizar. Asimismo, como espectadores, nos hallamos en un espacio potencial entre nosotros y lo que vemos, porque la percepción es activa y creativa y la obra de arte nos atrae no sólo intelectualmente, sino también emocional, física, consciente e inconscientemente, y esa relación, ese diálogo, puede ser, como creía Schelling, en última instancia, indeterminable. Pero cuando nos enamoramos de una obra de arte siempre se establece una forma de reconocimiento.