Fascista
Existe hoy en día una forma de fascismo arqueológico que sirve como pretexto para procurarse una patente de antifascismo real. Se trata de un antifascismo fácil que tiene como objeto y objetivo un fascismo arcaico que ya no existe ni volverá a existir nunca. Empecemos por la reciente película de Naldini: Fascista. Esta película, que se plantea el problema de la relación entre un jefe y la multitud, ha demostrado que tanto el jefe, Mussolini, como la multitud son dos personajes absolutamente arqueológicos. Un jefe como ese sería hoy totalmente inconcebible, no solo por la ineptitud y la irracionalidad de lo que dice, por el vacío lógico que hay detrás de lo que dice, sino también porque en el mundo moderno le sería imposible encontrar espacio y credibilidad. Bastaría con la televisión para anularlo, para destruirlo políticamente. Las técnicas de aquel jefe funcionaban en lo alto de una tribuna, en un mitin, ante las multitudes «oceánicas», pero no funcionarían nunca en una pantalla.
Esta no es una simple constatación epidérmica, puramente técnica, es el símbolo de un cambio total del modo de ser, de comunicarnos entre nosotros. Y de la multitud, esa multitud «oceánica». Basta con poner la mirada un instante en aquellos rostros para ver que esa multitud ya no existe, que está muerta, que está enterrada, que son nuestros antepasados. Basta con eso para saber que ese fascismo no ha de repetirse nunca. He aquí por qué buena parte del antifascismo actual, o al menos eso que ha dado en llamarse antifascismo, es o bien ingenuo y estúpido, o bien presuntuoso y de mala fe: porque presenta o finge presentar batalla a un fenómeno muerto y enterrado, arqueológico, incapaz ya de asustar a nadie. Es, en definitiva, un antifascismo cómodo y relajado.
Creo, y lo creo profundamente, que el verdadero fascismo es eso que los sociólogos, con excesiva bondad, han denominado «la sociedad de consumo». Una definición que parece inocua, puramente indicativa. Pero nada más lejos. Si uno observa bien la realidad y, sobre todo, si uno sabe leer en las cosas que lo rodean, en el paisaje, en el diseño urbano y, sobre todo, en los hombres, ve que los resultados de esta despreocupada sociedad de consumo son los resultados de una dictadura, de un fascismo con todas las letras.