No, hijo. No es tan hermoso —me dijo amablemente, cogiendo mi mano—. Todavía tenéis que pasar el trago amargo de la muerte. Solo estáis soñando. Y si contáis lo que habéis visto, os resultará claro que no fue sino un sueño. Lo veréis claramente. No déis pretexto a ningún pobre necio para que piense que afirmáis conocer lo que ningún mortal conoce