En lo más profundo del mar dormía María Celeste; había sido, en lejanos tiempos, un barco pirata. Los peces de la región conocían a María Celeste y a todos les gustaba jugar con los restos del naufragio: meter la nariz entre las monedas de oro; mirarse en los espejos de marfil. Así pasaron unos años hasta que un día se acercó un pez extraño. Aunque pensándolo bien, en realidad no era un pez.