La muerte, reflexiona Sócrates, no es un mal, es un destino, y por lo tanto, como no es un mal, no debemos temerla. Seguidamente Sócrates profundiza su análisis, ¿cómo es ese destino al que llamamos la muerte? Para él existen solamente dos opciones.
Una opción es que la muerte sea un absoluto anonadamiento y una privación de todo sentimiento, como un descanso pacífico que no es turbado por ningún sueño. Entonces, ¿qué mayor ventaja puede presentar la muerte? Sería como la más tranquila de las noches, sin inquietud, sin turbación, sin los agobios mentales. “Si la muerte es una cosa semejante, la llamo con razón un bien; porqué entonces el tiempo todo entero no es más que una larga noche”.
Pero, si la muerte es un tránsito de un lugar a otro, un paradero de todos los que han vivido, ¿qué mayor bien se puede imaginar? Porque si esto es así, entonces, quiere decir que el hombre es portador de un alma inmortal que vive temporalmente en un cuerpo material. Entre ambas opciones, Sócrates cree en la segunda respuesta, la de la inmortalidad del alma y de que la muerte es un viaje.