Del otro lado, había un hombre aferrado a las rejas con las manos ensangrentadas. Tenía los ojos muy abiertos e inyectados de sangre. Estaba poseído por la locura. Su rostro delgado y quemado por el sol estaba cubierto de llagas y cicatrices. No tenía pelo, solo unas manchas verdosas que parecían moho. Una cortada salvaje le atravesaba la mejilla derecha. A través de la herida, que estaba en carne viva y supuraba, Thomas pudo ver algunos dientes. De la barbilla del hombre escurrían chorros de saliva rosada que se mecían con sus movimientos