El bosque inmenso que se extendía ante ellos no estaba inmóvil, una brisa ligera mecía las hojas y este movimiento tan leve era más relajante aún de lo que hubiera sido una inmovilidad perfecta, parecía animar el bosque una respiración tranquila, infinitamente más tranquila que cualquier respiración animal, más allá de toda agitación y de todo sentimiento, diferente sin embargo del mineral puro, más frágil y más tierno, era la esencia de la vida, la vida apacible, ajena a las luchas y a los dolores. No evocaba la eternidad, la cuestión no era esa, pero, cuando uno se abismaba en su contemplación, la muerte parecía mucho menos importante.