«Odio las cartas literarias, cuidadosamente preparadas, copiadas y vueltas a copiar; yo me siento a la máquina y dejo correr el vasto río de los pensamientos y los afectos», escribió Julio Cortázar en 1942: una declaración de principios que mantuvo siempre. En estas cartas, que pueden leerse como diario personal, autobiografía y cuaderno de bitácora de sus libros, se asiste a la creación de un estilo inconfundible. Con curiosidad permanente, Cortázar da cuenta de todos los aspectos de su actividad como escritor, de sus desvelos políticos y sus vaivenes personales, hace el balance del día, opina sobre lo que lee, lo que escucha y lo que ve, relata sus andanzas como traductor, como militante revolucionario o como defensor de los derechos humanos. Nada queda afuera: la Argentina de provincias, Buenos Aires, París, Cuba, Nicaragua, el boom de la literatura latinoamericana, la amistad, el amor, la muerte. El autor de Rayuela no cesa de asombrarnos con su humor, su lucidez y una inusual coherencia entre vida y obra.