Sólo hay que escuchar las palabras del Evangelio de santo Tomás y ver cómo concuerda con la tradición budista:
Y Jesús dijo: «Si aquellos que os conducen os dicen: “Mirad, el Reino está en los cielos”, entonces los pájaros del cielo llegarán primero. Si os dicen: “Está en los mares”, entonces los peces llegarán antes. Más bien, el Reino está en vuestro interior, y está en el exterior. Cuando lleguéis a conoceros entonces seréis conocidos, y comprenderéis que vosotros sois los hijos del Padre. Pero si no os conocéis, entonces moráis en la pobreza y esa pobreza sois vosotros». [El subrayado es mío.]
Según el Evangelio de santo Tomás, ese «Jesús viviente» en verdad ofrece acceso a Dios, pero en lugar de proclamarse el «Hijo de Dios unigénito» (como más tarde insistiría el Evangelio de san Juan en el Nuevo Testamento), revela que «vosotros sois los hijos de Dios». Este evangelio se atribuye a «Tomás el gemelo». En hebreo, el nombre de Tomás significa, literalmente, «gemelo». Así pues, ¿tenía Jesús un hermano gemelo? En lugar de ello me atrevería a pensar que dicha atribución, de significado simbólico, dirige al lector a descubrir que él —o ella— es, verdaderamente, a un nivel muy profundo, «gemelo» de Jesús e igualmente hijo de Dios. Hacia el final del evangelio, Jesús habla directamente a Tomás:
Aquel que bebiere de mi boca se convertirá en lo que yo soy; y yo me convertiré en esa persona y los misterios le serán revelados. [El subrayado es mío.]