Cuando comencé Lo que sueñan los perros no sabía qué esperar. Venía de una suerte de bloqueo lector, tomar un libro y abandonarlo a las sesenta páginas o más. Abrir otro y repetir el proceso. Entonces me crucé con este libro. Primero fue su título lo que llamó mi atención: siempre he tenido una predilección a los títulos con la palabra perro. Luego fue el argumento: después de una noche lluviosa, los habitantes de Lútaca, y quizá del mundo, despiertan en cuerpos de perros. Entonces no necesité más para leerlo.
Sin mucha expectativa conocí la historia de Caracán, un mendigo que disfruta más la vida de perro que su vida anterior de humano. La de Baltazar, un hombre deprimido que después del abandono de su exmujer tiene que lidiar también con la pérdida de su propio cuerpo. La de Bea, una niña de apenas quince años que se quedó sola en casa justo el día del cambio. La de Karla, madre de Bea, una prostituta que sufre la metamorfosis en una isla, lejos de su hija. Otros perros-humanos nos cuentan también sus historias, antes de la transformación y en sus cuerpos caninos. A través de cinco capítulos, cada uno con el nombre de una de las etapas del duelo -negación, depresión, ira, negociación y aceptación- acompañamos a los lutacanos en su proceso y entendemos que no sólo fue su cuerpo lo que cambió.