Al escepticismo, al relativismo y al materialismo posmodernos, Diógenes el Cínico les opone su valiente espontaneidad, en cada anécdota memorable, con Zenón de Elea, con Platón, con Aristóteles, Antístenes, Aristipo, Alejandro Magno, ¿y con Rousseau?
La narrativa, hilvanada con sutil hilo de rapsoda, lo sigue de cerca, en la plaza, el anfiteatro, la calle, el tonel, la cabaña; tanto que lo escuchamos hablar, lo escuchamos pensar y, aún más, sentimos íntimamente su soliloquio, en primera persona, en favor de la vida sencilla, en favor del amor por la naturaleza, su profunda lírica dedicada al perro, a la lluvia, a la araña, mínima criatura. Y, en un cruce temporal en el Hades, oiremos su sincero diálogo redentor, junto a San Francisco de Asís. En esta novela-teatro, aparte de estas coincidencias ideológicas, también descubriremos las fisuras metafóricas, aquellas que Dan dan supo develar, esos puntos flacos que lo hacen humano, ese desequilibrio que lo vuelven, a Diógenes, más héroe y más prototipo de quien, llamado El Cínico, se pronunció, sin pudor, contra toda hipocresía. Queda pues aquí grabada esa tradición oral, su tarea de maestro algo grosero y con poca pedagogía, y el secreto, descubierto a la luz, de que en sus últimos años, padeciendo el frío polar de Grecia, ya no pudo vivir en el famoso tonel.
En esta biografía de ficción (que adjunta un radioteatro), interpretaremos, entonces, la filosofía de Diógenes el Cínico, pero con un sentido actual; por ejemplo, al compararlo con el poder y el hado de Alexander. Lo veremos responder cortitos y refranes, lo veremos recitar en el estadio, y, en fin, lo disfrutaremos como vate, payaso dramaturgo y estrella griega, hoy persistente guía del firmamento de las nuevas juventudes.