Todos hemos enfrentado experiencias tristes y dolorosas, como la pérdida de un ser querido o la frustración de nuestros sueños. Muchas veces, estas experiencias nos han opacado y nos han llenado de una apatía general que nos lleva a vivir con desgano y sin deseos de seguir luchando y proponernos nuevas metas. A veces, es tal la agonía que todos nuestros pensamientos y quehacer diario se hunden en una experiencia de vacío y sinsentido. Cuando aceptamos el llamado de Dios y seguimos su camino, estas experiencias se convierten en un reto por salir adelante, pues su llamado es siempre una invitación a que encontremos la felicidad y seamos verdaderos vencedores.