En los 70 habíamos conseguido nuestra liberación sexual. Éramos libres de tener tanto sexo como quisiéramos con quien quisiéramos y (casi) donde quisiéramos. Pero los 80 y los 90 trajeron el sida, aguando la fiesta, obligando a muchos a reconsiderar este estilo de vida tan «hedonista». Ahora, después de haber perdido tanto, muchos de los que quedamos anhelamos el matrimonio y la monogamia, los símbolos fundamentales de la heteronormatividad.