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¿Música? ¿Qué está pasando aquí?
Deslizo la llave en la cerradura y abro la puerta con cautela. Es Bach, uno de sus preludios en sol mayor. A lo mejor Alessia ha puesto música en el ordenador.
Pero ¿cómo? No conoce la contraseña, ¿verdad? Tal vez haya conectado su teléfono al equipo de música, aunque, a juzgar por el aspecto de su anorak raído, no da la impresión de ser alguien que tenga un móvil de gama alta, precisamente.
Nunca le he visto ninguno. La música se propaga por todo el apartamento e ilumina incluso los rincones más sombríos.
¿Quién podía imaginar que a mi asistenta le gusta la música clásica?
Es una pieza diminuta del puzle que representa Alessia Demachi. Cierro la puerta sin hacer ruido, pero al detenerme en el recibidor se hace evidente que la melodía no procede del equipo de música. Es mi piano. Bach. Suena fluido y ligero, tocado con una destreza y un talento que solo he observado en los intérpretes más reputados.
¿Alessia?
Yo nunca he conseguido que mi piano suene así. Me quito los zapatos, avanzo con sigilo por el pasillo y asomo la cabeza por la puerta de la sala de estar