Por celos o superstición, los libros que habitan conmigo no conocen los libreros de la sala, mucho menos el estante del estudio. Son libros que considero que fueron hechos para mí y, como un leal amante, duermen conmigo. A Un cuarto propio lo dejé ir bajo un reiterado voto de insuficiencia emocional: “Si me ama, volverá”. Pero soy yo quien regresa a él. Una, otra y otra vez.