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Karla Suarez

Habana año cero

  • Gaby TeDehas quoted4 years ago
    la ciencia es un trabajo colectivo: alguien descubre una cosa, luego otro la mejora y otro la mejora y así
  • Gaby TeDehas quoted4 years ago
    con la lógica demostramos, pero con la intuición encontramos.
  • Victor Avilés Velazquezhas quoted2 days ago
    Ya te dije que en ese tiempo Euclides había logrado sobreponerse a la depresión, aunque nunca logró recuperar su peso. El único problema era que se aburría. Después de pasar tantos años de intensa actividad debe ser difícil acostumbrarse a vagar por la casa sin nada que hacer, por eso se propuso releer sus libros científicos e investigar nuevos campos. Según él, el trabajo en la universidad le había robado mucho tiempo. Siempre había sostenido que el conocimiento científico nutría el alma y con el alma nutrida el cerebro funcionaba mejor y el cuerpo envejecía menos. Claro que, en 1993, tuvo que modificar el teorema y entonces sostenía que el conocimiento científico nutría el alma pero el cuerpo se nutría con comida. Alma y cuerpo bien nutridos eran lo que propiciaba el buen funcionamiento del cerebro con sus consecuencias positivas en todo lo demás.
  • Victor Avilés Velazquezhas quoted2 days ago
    Ángel vivía solo, en El Vedado. En un apartamento maravilloso, con un balcón que daba a la calle 23, que tanto me gusta, y una sala enorme donde había libros, cuadros, televisor y hasta un equipo de video. En este país, y más en esa época, tener un video te colocaba en una clase superior. Esto de que todos somos iguales a lo único que lleva es a marcar las diferencias con pequeños detalles. Créame.
  • Victor Avilés Velazquezhas quoted2 days ago
    También por eso, cuando Euclides me habló de Meucci y del documento inédito que él quería encontrar, yo sentí que de repente el mundo se abría. Mi antiguo maestro daba vueltas por su habitación contando la historia mientras yo lo miraba fascinada. Un documento científico original. Eso era algo a lo que agarrarse, la palanca que podía mover nuestro pequeño mundo, como diría Arquímedes. Estaba que no sabía ni qué decir, y entonces recuerdo que me levanté y empecé a pensar en voz alta. No se podía dejar algo así en manos de cualquiera, ese documento pertenecía al patrimonio científico de la Humanidad. Pero ¿tú estás seguro de que es auténtico, Euclides? Él dijo que sí, que estaba firmado y que aquella mujer tenía pruebas de que algún miembro de su familia había coincidido con el mismísimo Meucci en el Teatro Tacón. Es auténtico, Julia, te lo juro por mi madre. En mi vida había visto yo un documento científico original y ya me parecía tenerlo delante de mis ojos. ¿Te imaginas, Julia, lo que eso significa? Yo empecé a imaginar. Aquel documento era concreto, podía tocarse, era un pedazo de papel que tenía un significado preciso. Con él se podría demostrar una verdad traspapelada en la historia y hacer justicia a un gran inventor. Pero, además, se podía pasar a la historia como la persona que reveló una verdad oculta. Se podía escribir un artículo en alguna prestigiosa publicación científica, o dar entrevistas a la televisión extranjera, o participar en congresos internacionales y adquirir prestigio en el gremio. Ese simple papelito podía tener el poder de sacarnos de nuestro anonimato y darle un sentido a los días de aquel año cero.
  • Victor Avilés Velazquezhas quoted2 days ago
    Creo que en este país todo el mundo recuerda 1993, porque fue el año más difícil del llamado Período Especial. La crisis económica llegó a su tope. Era como si hubiéramos alcanzado el punto crítico mínimo de una curva matemática. ¿Tiene presente una parábola? El cero de abajo, el hueco, el abismo. Hasta ahí llegamos. Incluso se hablaba de opción Cero, de la posibilidad de subsistir con el mínimo de los mínimos. Un año cero. Vivir en La Habana era como estar dentro de una serie matemática que no converge a nada. Una sucesión de minutos que no iban a ninguna parte. Como si todas las mañanas despertaras en el mismo día, un día que se ramificaba y se volvía pequeñas porciones que repetían el todo. Horas enteras sin electricidad. Poca comida. Arroz con chícharos a diario. Y la soja. Picadillo de soja. Leche de soja. En Europa eso será un lujo dietético, aquí era el pan nuestro de cada día. Y sólo teníamos derecho a un pan al día. Una pesadilla. El país dividiéndose entre dólar y moneda nacional. La noche desierta, los autos sustituidos por las bicicletas, comercios clausurados, basura amontonada. Fue también el año de la “tormenta del siglo” y el mar entró a la ciudad de tal manera que en algunas zonas la gente usaba caretas de buceo para pescar los productos que el mar sacaba de los almacenes de los hoteles. Un verdadero delirio. Y luego la calma. El país aún más destruido, pero en calma. Otra vez la sensación de no ir a ninguna parte y el sol que no nos abandona, como un castigo, golpeando las espaldas de la gente que seguía levantándose cada día para intentar vivir de manera normal.
  • Victor Avilés Velazquezhas quoted2 days ago
    Antonio Meucci era un italiano que había nacido en Florencia, en el siglo xix, y que había partido rumbo a La Habana en 1835 para trabajar como responsable técnico del Teatro Tacón, el más grande y hermoso teatro de América en la época. Meucci era un científico, un inventor apasionado, y entre otras cosas comenzó a dedicarse al estudio de los fenómenos de la electricidad, o del galvanismo, que era como se le llamaba entonces, y a sus aplicaciones en diferentes campos, sobre todo en la medicina. Con este propósito había desarrollado algunas invenciones y fue justo en uno de sus experimentos de electroterapia cuando afirmaba haber logrado escuchar la voz de otra persona proveniente del aparato por él creado. En eso consiste el teléfono. ¿No? En transmitir la voz por vía eléctrica.
    Pues con su criatura, que denominó “telégrafo parlante”, Meucci se fue a Nueva York, donde continuó perfeccionando el invento. Tiempo después logró registrar una especie de patente provisional que debía ser renovada cada año. Pero Meucci no tenía dinero, era un pobretón, así que los años pasaron y un buen día de 1876 apareció Alexander Graham Bell registrando la patente del teléfono. Él sí que tenía dinero. Al final, Bell pasó a los libros de historia como el gran inventor y Meucci murió pobre y olvidado, salvo en su país natal donde siempre lo reconocieron.
  • Victor Avilés Velazquezhas quoted2 days ago
    Todo ocurrió en 1993, año cero en Cuba. El año de los apagones interminables, cuando La Habana se llenó de bicicletas y las despensas se quedaron vacías. No había de nada. Cero transporte. Cero carne. Cero esperanza. Yo tenía treinta años y miles de problemas. Por eso me fui enredando, aunque al principio ni siquiera sospechaba que para los otros las cosas habían comenzado mucho antes, en abril de 1989, cuando el periódico Granma publicó un artículo titulado “El teléfono se inventó en Cuba” que hablaba del italiano Antonio Meucci. La mayoría de la gente habrá olvidado poco a poco aquella historia, sin embargo ellos recortaron el artículo y lo guardaron. Yo no lo leí, por eso en 1993 aún no sabía nada del asunto hasta que, casi sin darme cuenta, me convertí en una de ellos. Era inevitable. Soy licenciada en Matemática y a mi profesión le debo el método y el razonamiento lógico. Sé que hay fenómenos que sólo pueden ocurrir cuando determinados factores se reúnen, y ese año estábamos tan jodidos que fuimos a converger hacia un único punto.
  • Victor Avilés Velazquezhas quoted2 days ago
    No eres tú, es el destornillado cotidiano azar,
    la puerta del delirio, la fangosa realidad,
    los narcos, la inflación, la solución impar,
    los dioses apagados, la fantasía incapaz,
    Berlín, Fidel, el Papa, Gorbachov y Alá.
    No eres tú, mi amor… son los demás.
    Santiago Feliú
  • Nora Alvarezhas quoted4 months ago
    No eres tú, es el destornillado cotidiano azar,

    la puerta del delirio, la fangosa realidad,

    los narcos, la inflación, la solución impar,

    los dioses apagados, la fantasía incapaz,

    Berlín, Fidel, el Papa, Gorbachov y Alá.

    No eres tú, mi amor… son los demás.

    Santiago Feliú
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