«Tan solo dormí algunas horas cuando me fui a la cama, y sintiendo que no podía dormir más, me levanté. Había colgado en la ventana el espejo con el que me afeito, y comenzaba a hacerlo.
De repente, sentí una mano en el hombro, y escuché la voz del conde que me decía «Buenos días». Me asusté, pues desde donde estaba podía ver el reflejo de toda la habitación, pero no lo había visto acercarse. Debido a ello, me corté levemente, aunque en el momento no me di cuenta. Después de contestar su saludo, me giré de nuevo al espejo para comprobar mi error. Esta vez no había error: el hombre estaba a mi lado, lo podía ver, ¡pero no se reflejaba en el espejo! Podía ver toda la habitación, pero no había señal del conde, el único ser humano allí era yo.»
La nota corresponde a los diarios de Jonathan Harker, un joven abogado inglés que llegó a Transilvania a realizar una sencilla transacción de finca raíz y, en vez de ello, les regaló a los lectores de todo el mundo el descubrimiento de una de las figuras más alucinantes de la literatura universal, que ha fascinado y seguirá fascinando a generaciones enteras: el conde Drácula.