Tras varios timbrazos, Mrs. Ecker abre la puerta, cara de dormida, olor a vino. Es tarde, reclama. Me deshago en disculpas, aunque no entiendo para qué ofreció ayuda. Quería que me quedase a dormir con ella, me cuenta Rafi al bajar los escalones desvencijados de atrás. ¿Y el marido? En su cuarto. ¿Duerme sola? Con la perra. Se me viene a la mente la noche de Halloween cuando ella y yo repartíamos caramelos en la puerta. Vestida de berenjena y algo ebria, confesó que su marido le decía get out cuando lo buscaba entre las sábanas. Las lágrimas trazaban surcos sobre su maquillaje negro. ¿Qué le pasa, señora?, le preguntó un nene al servirse un puñado de masticables. Nada, querido. Solo que a las berenjenas no las quiere nadie.