–¡Por fin! –Paule lo estrechó contra sí como si le hubiera recobrado después de largos peligros; por encima del hombro de ella, él miró el árbol de Navidad reflejado al infinito por los grandes espejos; la mesa estaba cubierta de platos, de vasos, de botellas; ramas de muérdago y de acebo yacían amontonadas al pie de un taburete; se desprendió de ella y echó el abrigo sobre el sofá.