La república se construye como se construían las catedrales góticas: con el concurso de todo el pueblo, siguiendo cálculos un poco misteriosos, bajo la dirección de intuitivos maestros, a punta de ensayos y errores, siempre a riesgo de derrumbe, estableciendo suaves equilibrios entre enormes masas que, si se logra la magia, flotan a alturas imposibles, balanceadas por la tensión estructural de los contrapesos.