Quién eres tú, hijo tardío?
De los otros me parece
que algo sabía
desde el primer día
de duda y de esperanza.
Pero tú, inesperado,
¿quién eres?,
en ti, nunca había pensado.
¿Cómo vas a llegar
a este mundo enemigo
si ni siquiera yo te reconozco?
Perdóname, hijo:
hasta me ha parecido
que no había lugar para ti.
Mi corazón, ya lo verás,
es una sangrienta granada abierta.
Y yo estoy cansada.
Además,
tú me vas a quitar
ese retazo de mi vida
que me han dejado los otros:
casi nada,
pero me duele desprenderme
de lo último que me queda.
Tendrás que ayudarme a conocerte.
Y ha de ser tu vida,
tan vigorosa y fuerte,
que devore la mía alegremente,
y yo, lejana de mí misma
y distraída,
apenas lo lamente.