Incluso el gran Ingres, miembro de la Academia y profesor, para quien defender el clasicismo en el arte era una cuestión de honor, dijo que el Salón desfiguraba y reprimía el sentido de grandeza y belleza de los artistas. Ingres admitía que la decisión de sumarse al Salón invocaba una actitud mercantil impulsada por el deseo de exponer por todos los medios, y que el Salón se había convertido en un negocio del arte.