Nadie había recogido las ciruelas a su debido tiempo, de tal modo que algunas aún lograban mantenerse en las ramas, momificadas y transformadas en una especie de adornos deplorables, tintineantes en el viento, mientras que la tierra estaba cubierta desde hacía tiempo de toneladas de frutos podridos, que incluso las abejas y los gusanos habían abandonado tras haberse saciado, y encima de los cuales las hojas se habían podrido a su vez,