El problema, más bien, es que mis ojos tienen la tendencia a escaparse cuando les devuelven la mirada, y hacen esa cosa loca que es posarse justo encima de una ceja u al costado, en una sien. Ojo con ojo nunca. No es timidez, porque de hecho todo estuvo bien, fue uno de esos encuentros amables en los que la conversación fluye sin esfuerzos ni tropiezos, sino una maña estúpida y mía en la que siento que si me miran demasiado y sostenidamente me van a chupar el alma o van a ver algo que no quiero.