Eso y el terrible deseo, cada vez que el recuerdo aparece, de dar marcha atrás en el tiempo, hacerse dos, tres, quince años más joven, regresar a aquella estación de autobuses en la que un adolescente pánfilo abraza a una muchacha vestida de romano. Mueve la mano y es como si la misma sensación física se descompusiera, como si estuviera formada por fragmentos diversos, unos más vivos que otros, en una lluvia inmóvil pero palpitante, una cascada de sensaciones discontinuas en la que sólo brilla un deseo como una brasa incandescente; acercarse a él, zarandearle con las manos, gritarle en el oído: Bésala, imbécil, bésala