Perdidos en una tormenta, sin poder ver más allá, en medio de la guerra se camina a tientas, en penumbras, bajo un cielo inclemente que no permite avanzar sin retroceder, por un sendero que no conduce a ninguna parte. Así, perdidos y huérfanos se sienten los hijos de esa tormenta que es toda guerra.
Hijos de la tormenta vuelve sobre los personajes de Mujeres de invierno en medio de la Segunda Guerra Mundial. La familia López de Madariaga, diplomáticos argentinos en la Berlín de los años 30 se ha disgregado. Separado el matrimonio, diseminados los hijos, el estallido bélico los encuentra perdidos y difusos, cada uno intentando recomponer su vida, forjarse un nuevo futuro ya lejos de esa Alemania opresiva y en ciernes que, ahora, se ha extendido por casi toda Europa en un afán imperial.
En torno a los encuentros y desencuentros de Constanza y Dieter orbitan los otros personajes. La novela se vuelve, entonces, coral, llena de voces y de situaciones en distintos escenarios –Londres, Berlín, París, Buenos Aires, Córdoba— en los que se narra lo cruento de la guerra, en los que la impresión es que no hay sosiego ni dónde resguardarse.
Ninguno puede escapar de aquello que lo conmina: un amor apenas correspondido; una madre que es obligada a desprenderse de su hijo; un médico de la Cruz Roja en una relación con una joven treinta años menor; una muchacha que derriba aviones nazis. Todos envueltos en una tormenta que los prohija y que no los deja ver más allá del presente.