Vivir en el ruido incesante era, para un cuerpo y un temperamento delicados y nerviosos como los de Fanny, un mal que ninguna elegancia o armonía sobreañadida habría podido compensar enteramente. Ése era su sufrimiento más grande. En Mansfield no se oían disputas, ni voces, ni explosiones repentinas de malhumor, ni sonaban jamás pasos precipitados o violentos; todo discurría con un orden alegre y regular; todo el mundo tenía su debida importancia; a todo el mundo se le consultaba su sentir. Si alguna vez se presumía que faltaba el afecto, el buen sentido y la buena crianza venían a suplirlo; y en cuanto a los pequeños enfados que a veces introducía tía Norris, eran breves, eran insignificantes, eran como una gota de agua en el océano, comparados con el tumulto incesante de su morada actual.