nunca incursionó tierra adentro. Sabía que si establecía lazos de trabajo más firmes con los ovejeros, quedaría atrapado. Prefería las contingencias de alternar distintos oficios a la seguridad de lo que consideraba una servidumbre. Cross hizo muchas expediciones a la Costa en el Félix, una goleta lobera: eran temporadas largas para cazar lobos marinos, que todavía crecían por millares en las roquerías de Santa Cruz. Alguna vez se atrevieron a llegar mucho más al norte, hasta el Río Negro. En esos viajes conoció a Banjo George, un marino legendario de los canales fueguinos y en las islas, muy habilidoso y que conocía los mejores lugares de la Costa. Se asociaron y compraron un cúter con el que empezaron a hacer sus propias salidas de caza. Embarcaban cinco o seis tripulantes (por lo general isleños sin trabajo, o marinos a la espera de algún barco mayor) y partían rumbo a la Costa. Regresaban semanas después con cueros de lobo que después podían vender a mejor precio en Stanley o en Punta Arenas. También contrabandeaban licor y herramientas.
Diez años después de llegar con el Jhelum, Abram ya se sentía en su casa. En los viajes había construido su principal herramienta: una carta náutica mental de la Costa, de sus puntos importantes, de los rostros que le permitirían hacer su pequeño negocio, de aquellos personajes que era preferible