Permaneciste muchas horas ensimismada, entimismada;
sin hablar, como antes lo hacías; sin hablar con mamá
para contarle tus divertidas ideas, ni cantar a cada rato.
Empezaste a bajar la vista. Empezaste a usar un grueso
abrigo que no querías quitarte, por más que hiciera calor;
un caparazón para la vida, una coraza contra los demás