El mote del Capi —que no capitán, lo cual le hubiera dado un margen de poder y no de cariño—, se lo puso el señor Esteban. Un día lo soltó sin más al verlo con la gorra: “Buenos días, mi Capi, ¿todo en orden por la colonia?”. De ahí se corrió la voz, porque jamás nadie le preguntó su nombre y aquel bautizo azaroso le dio visibilidad. La gente ya podía nombrarlo, llamarlo, sin establecer ningún tipo de intimidad que se inicia con un ¿cómo te llamas?