Con excepciones notables, el uso de la primera persona del plural es prácticamente inexistente en filosofía. Traspasar el umbral del yo para asumir el nosotros genera sospechas éticas y está expuesto a diversas precauciones lógicas y argumentos escépticos, además de la objeción fundamental según la cual no hay un sujeto de enunciación colectiva, y menos un nosotros que pueda ser sujeto de conocimiento.
Frente a esta condición del discurso filosófico, contrasta la abundancia de enunciados sociales, antropológicos, políticos e institucionales que han hecho del nosotros una instancia inevitable para la construcción de ideales éticos, políticas públicas y pertenencias territoriales o para el trámite cotidiano de las relaciones intersubjetivas. En este contexto, el uso de la primera persona del plural tiene una riqueza autorreferencial y condensa, en sí mismo, tal cantidad de expectativas de los hablantes que lo ha convertido en un problema interesante para distintas corrientes de trabajo filosófico.