Qué comodidad, pues, tiene la vida? ¿Qué, debería decir, no tiene, más bien, de laboriosidad? Concedamos que tiene alguna comodidad. Lo que es seguro, sin embargo, es que ella tiene un tope, con el que nos saciamos, y una medida. No estoy yo por deplorar la vida —cosa que, con frecuencia, han hecho muchos resabidos—. Ni me arrepiento de haber vivido, pues he vivido de tal modo que no se me ocurre pensar que lo haya hecho en vano. Así pues, me marcho de la vida como quien se va de un hospicio, no como quien abandona una casa. Lo que la naturaleza nos ha ofrecido es una posada para demorarnos un poco, mas no para habitarla indefinidamente.