El terrorismo nos deja y nos quita cosas. ETA nos dejó casi sin cuestionar una serie de lugares comunes y falsas convenciones que le sirvieron para justificarse y reparar solo en las formas violentas ante la sociedad nacionalista. Son los mitos que matan, aquellos que, como la teoría de los dos bandos, la inevitabilidad de la violencia política o el epítome recurrente (y falso) de la ciudadanía como el Pueblo Vasco, entre otros, sostuvieron ideológicamente el crimen. Con el fin del terrorismo, esos argumentos siguen vivos y penetrando entre sectores contrarios a la violencia, y, sobre todo, entre grupos jóvenes. Pero el terrorismo nos quitó también cosas. Erosionó profundamente la convicción ciudadana en axiomas como la presunción de inocencia, el derecho a un juicio legal y justo, la división de poderes, el respeto de la pluralidad social, el rechazo de la violencia política, la defensa de la democracia como mecanismo de resolución pacífica de los conflictos, y un largo etcétera.
Este libro plantea una reflexión acerca de esos lugares comunes que nos dejó en herencia el terrorismo de ETA y de esos valores que nos arrebató o que cercenó, y que necesitamos recuperar para ser una sociedad normalizada, democrática y decente. Un empeño que debe formar parte de las políticas públicas de memoria si se quieren desactivar los mecanismos que un día propiciaron o dieron posibilidades a la violencia política.