¿Dónde estaba Dios? Miraba el plácido rostro de la figura en la pared, traicionado, vendido, maltratado, condenado y, aun así, sereno. Quería ser como Cristo, aceptar el castigo, pero no podía, no quería sufrir como él. No tenía madera de santo. Lo único que tenía era miedo. Un miedo atroz.