Cierta mañana, y en respuesta a un anuncio, se presentó en mi oficina un joven que se detuvo inmóvil en el umbral; como era verano, la puerta estaba abierta de para en par. ¡Todavía me parece ver aquella figura pálida, limpia, respetablemente lastimosa e irremediablemente desolada! Era Bartleby.