«Collins es un escritor gigante, atendiendo a la compleja definición de John Gardner en Para ser novelista: es un conocedor profundo del alma humana, sabe lo bastante del mundo como para hablar de él con autoridad, está preocupado por menudencias que sabe mostrarnos, no practica la demagogia ni el moralismo (aunque algunos de sus personajes son moralistas y demagogos), es quisquilloso, tiene personalidad, jamás arroja sobre nada una mirada convencional y, en definitiva, pone ese sinfín de recursos al servicio de lo que tiene entre manos.» Care Santos, «La tormenta en un vaso
El día de su 19º cumpleaños, Rachel Verinder recibe de su difunto tío, el coronel Herncastle, un dudoso héroe de las campañas militares del imperio Británico en la India, un esplendoroso legado: un diamante enorme, cuyo brillo crece o mengua en consonancia con las fases lunares, y valorado en 30.000 libras.
Lo que no sabe Rachel es que esta valiosa joya es producto de un robo sacrílego y que acarrea una maldición. La misma noche en que la recibe tiene ocasión de comprobar que se trata en realidad de un regalo envenenado: el diamante desaparece y siembra la confusión, la desconfianza, la codicia y la muerte en una familia hasta entonces bien avenida.
Admirada por T. S. Eliot, Borges o P. D. James, entre tantos otros, La Piedra Lunar (1868) no sólo goza de un lugar de honor en la tradición de la novela detectivesca, sino que es una fantasía más bien cáustica sobre los hechos y consecuencias del colonialismo. En ella tanto el «botín de guerra» como el opio tienen un papel decisivo en el desarrollo de su enrevesada ?si bien implacable? trama.
Wilkie Collins escribió un clásico ?que hoy presentamos en una nueva traducción de Catalina Martínez Muñoz? donde la pasión de la experiencia y el desafío a lo creíble se oponen a los estragos de la mentalidad utilitaria. Ésta no es una novela para personas que tienen «la misma imaginación que una vaca».