Bruno me dijo una vez que si un día yo compraba una paloma, al salir a la calle se me convertiría en tórtola; en el autobús, en loro, y al llegar a casa y sacarlo de la jaula, en un ave fénix. «Así eres tú», añadió barriendo de la mesa con la mano unas migas inexistentes. Pasaron unos minutos. «Yo no soy así», dije. Él se encogió de hombros y miró por la ventana. «¡Un ave fénix, habrase visto! —dije—. Un pavo real, tal vez. Pero un fénix, ni hablar».