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La promesa era que, a partir de esa noche, Mia ya no estaría sola. Incluso cuando estuviera lejos de casa y del gatito blanco, el espíritu de Miao Dao la acompañaría, y el recuerdo del pelaje suave, blanco y esponjoso de Miao Dao, su profundo ronroneo y sus ojos centelleantes, como dos canicas negras, permanecerían con ella.
En el instituto, cuando Mia se sentía incómoda, sola o cohibida, solo tenía que pensar en Miao Dao acurrucado junto a ella por la noche, dormidito, apoyado en el brazo o el cuerpo de Mia, o a veces en su almohada, para sentirse segura, a salvo y querida.