Mia vuelve a casa después del entrenamiento de hockey sobre hierba. Mia se quita la camisa que lleva sobre la camiseta. Mia en pantalones cortos.
Él la ha visto, el padrastro. Por el rabillo del ojo.
Por las noches a la hora de la cena. Hay algo diferente. El padrastro bebe más de lo que solía beber, sobre todo cerveza. A menudo, no mira a Mia adrede. Cuando antes se dirigía a Mia, hablaba y reía, como hacía con los chicos. Ahora, no-mira.
Aunque, cuando lo hace, le pregunta por la pulsera de plata. («¿Por qué no la llevas puesta, Mia? No la habrás perdido, ¿verdad?»). Su tono es a la vez autoritario y melancólico. El acosador es siempre el que ha sido herido.