La sangre del Olimpo

—Haz algo útil, perro —gruñó—. Vuelve a las sombras.

Se le ocurrió una idea; posiblemente la idea más ridícula y disparatada que había tenido desde que había pensado: «¡Cuando lleve a Percy a bañarse a la laguna Estigia me querrá!».

Nico era consciente de que la mayoría de los espectros solo albergaban el poder que uno les permitía tener. Se metían en tu mente usando el miedo, la ira o el anhelo para influir en ti.

Gaia despertará —dijo Connor—. Se acabó el juego. Mira, Clarisse, Annabeth me envió un mensaje desde el Tártaro. Desde el puñetero Tártaro. Alguien que puede hacer eso se merece que yo le haga caso.

Los sueños y la muerte eran viejos amigos suyos

No dijo nada, pero Hazel debió de percatarse de sus pensamientos. Apartó la vista, sonrojada.

Le tocaba construir un medio de volver con Calipso.

Pero describir a Calipso había sido sencillo. Leo no podía cerrar los ojos sin verla.

Desde entonces su retrato lo miraba desde el tablero: los ojos almendrados, los labios carnosos, el cabello largo y liso echado sobre un hombro del vestido sin mangas. Casi podía oler su fragancia a canela. El entrecejo fruncido y la curva hacia abajo de su boca parecían decir: «Leo Valdez, no dices más que chorradas».

¡Jo, amaba a esa mujer!

Orco, el dios del castigo en el inframundo,

Lémures. Fantasmas hostiles. En todas las ciudades romanas hay, pero en Pompeya…