Tenemos a un cincuentón que imparte cursos de escritura creativa, mientras él mismo es incapaz de triunfar como escritor, por mucho que domine los “trucos del oficio”. Atractivo y desenvuelto, Marc es un dechado de amabilidad, aunque también arrastra alguna que otra mala costumbre: fuma sin parar, seduce a algunas de sus jóvenes estudiantes y, de vez en cuando, se encuentra con el cadáver de una entre las manos, lo que tampoco puede considerarse un drama.
Así es como Marc se relaciona con sus semejantes, ya sean sus compañeros de trabajo o su hermana (con quien mantiene una relación que podríamos calificar de «problemática»): con desapego, ironía y falsa llaneza. Philippe Djian tiene la extraña virtud de atrapar al lector incomodándolo y la más extraña aún de hablarle en un tono tan familiar como perturbador. En Los incidentes, lo banal y lo aún más banal deben darse la mano para hilvanar una historia blanca como el rencor, negra como la nieve.
La correspondiente adaptación fílmica del libro, a cargo de los hermanos Larrieu, llevó por título El amor es un crimen perfecto. Por su parte, el gancho promocional utilizado en la edición francesa original de la novela la describe como un “thriller existencialista”. Y, en efecto, hay amor —indefenso, agonizante— en el libro, y la existencia precede a la esencia en la vida de su protagonista. Solo cabe preguntarse si se trata de una existencia perdida, de una existencia idiota, y si el amor es un crimen tan perfecto como dicen.