Una de las razones por las que, como profesor de āsana, soy tan intenso, y en el pasado incluso duro, es porque quiero ofrecer a los estudiantes una hora y media de vida presente por lección. Cuando les grito que estiren sus piernas en Śīrṣāsana (la postura sobre la cabeza), no pueden estar imaginándose qué tendrán para cenar, o si les ascenderán o degradarán en el trabajo. Para quienes acostumbran a huir del presente, una hora de experiencia del “ahora” puede resultar descorazonadora, incluso agotadora, y me pregunto si la fatiga experimentada por algunos estudiantes tras las lecciones se debe más a eso que al trabajo de ejecución de āsanas. Nuestras ausencias mentales perpetuas son como barbitúricos, y cuesta sacudirse el hábito. Para el estudiante entusiasta, el efecto de āsana es estimulante.